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El final de las mascarillas y la no obligatoriedad de su uso en interiores

En una versión libre del inefable José Mota podríamos decir que el tema es muy cansino. Esta frase tan rotunda podría aplicarse a una infinidad de temas que copan las portadas de nuestros informativos, como las micro peleas gubernamentales, las comisiones (quizás) legales de vividores que medran a la sombra de los políticos, las poses de nuestros representantes a mayor gloria de sí mismos y sus intereses que no son siempre coincidentes con los de los ciudadanos, la gripalización de una pandemia que sigue cobrándose muertos, aunque no los contemos, etc. 

Es tan complejo elegir uno y ser creativo, que lo más natural sería mandarlos a todos al garete y fluir con mi tendencia natural a la pereza y la laxitud, decisión errónea en contra de la opinión de mi editor y de los que esperáis cuatro líneas, dos aprovechables, para ayudaros a reflexionar. 

Y heme aquí de nuevo repasando los temas y escarbando para buscar uno al que te estás enfrentando estos días y sobre el que no tengas toda la información para gestionar tu plantilla. ¡Bingo! El final de las mascarillas y la no obligatoriedad de su uso en interiores. Tema seductor (ironía on) porque nuevamente la decisión del gobierno, una decisión política basada en criterios sanitarios, deja lagunas interpretativas y dudas, muchas dudas.

Y cuando estaba buscando información para aclararme yo, me encuentro con una recomendación de Fernando (gracias otra vez) de un artículo escrito por Lucía Gomá sobre este mismo tema y que ella titula “Mascarillas ¿obligatorias?”. Y tras leerlo con la atención que se merece tengo que decir: Lucía, lo has clavao; leedlo porque merece la pena, si bien me deja a contrapié al no poder reproducirlo como propio, cosa que ya me gustaría.

El 19 de abril se aprobó el RD 286/2022 poniendo fin a la obligatoriedad, con excepciones, del uso de la mascarilla en interiores. Una norma esperada en sintonía con la gripalización de lo que antes era una pandemia y hemos conseguido convertir en una enfermedad. Y nos encontramos de golpe con que muchos de los que el día 19 llevaban mascarilla a rajatabla, acceden al mismo espacio el día 20 sin mascarilla porque no es obligatoria. ¿La usábamos por imposición del gobierno o porque pensábamos que nos protegía? ¿O quizás a las 0:00 el virus dejó de ser contagioso y mutó, cual Cenicienta, en un recuerdo inofensivo que hace cosquillas a los vacunados? 

Sigue habiendo miles de ciudadanos en los hospitales y, desgraciadamente, sigue cobrándose vidas, y si no conoces a nadie que haya pasado por ese trance recientemente, considérate afortunado porque los hay. 

Por tanto, sentido común y guardia alta, y relajación progresiva de las medidas, porque habrá más olas y no sabemos cómo nos afectarán. Bueno, a todos menos a ti que eres un Robocop de la vida y desde el 20 de abril vas chafando virus sin tu mascarilla. Yo creo que los Celtas Cortos hubieran podido hacer una remasterización de su famoso tema “20 de abril” con algunas de las sandeces que estamos viviendo.

¡Ah! Por cierto, una de Perogrullo, el hecho de que no se faciliten datos de contagios, excepto para el grupo de edad mayor de 60, no implica que no los haya sino que no los facilitan para ser consecuentes con este tipo de medidas; mira las curvas de contagio de las olas anteriores, selecciona tu grupo de edad y extrapola.

Entre las consecuencias positivas del RD, destaca el hecho de que sabemos cuál es la población a proteger: los servicios sanitarios y el transporte público, que son los únicos centros que mantienen la mascarilla obligatoria.  Entenderlo lo entiendo, sobre todo en el intento de disminuir la presión sobre el sistema hospitalario, pero sigo sin ver por qué la cola de la pescadería es menos peligrosa que la de una farmacia o por qué un autobús urbano es más peligroso que una multitud vociferando en un recinto cerrado, como un pabellón deportivo, y más apiñados. Y volveré más adelante al hecho de que quizás el pescatero no lleve mascarilla y el camarero del pabellón sí.

Y volveré porque entramos en un tema nuclear: quién decide la obligatoriedad de su uso en interiores, porque no está claro en el RD y parece que muchas normas están por debajo de él en la jerarquía. Hay universidades, entre otras, que han decidido mantener el uso obligatorio, pero no parece que sea tan obvio. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que el RD no permite exigir su uso fuera de los tres supuestos. Un lío.

Pero nada comparable con las empresas. Seguro que leíste el decreto, le preguntaste a tus técnicos de Seguridad y Salud y a tus abogados de cabecera, porque sigues abrigando el mismo deseo que siempre: proteger a tus empleados todos los días, sea el 19 o el 20 de abril. Y te han dicho que el decreto deja la iniciativa a tus Servicios de Prevención de Riesgos Laborales (¡!), los cuales en general están optando por la solución conservadora, mantener el uso de las mascarillas de momento hasta valorar la evolución de las siguientes olas, la presión hospitalaria, etc. Por tanto, ya tienes una coartada que el Gobierno no te ha facilitado, ya estás tranquilo… ¿o no? Habría que pensarlo detenidamente porque esa invocación a los Servicios de Prevención aparece en la exposición de motivos y no en el articulado del RD, es decir, válido para la interpretación de las leyes, pero no con obligatoriedad de su cumplimiento. ¡Fantástico! ¿y qué hacemos? Afortunadamente los empleados y comités de empresa se están comportando con sentido común y aceptando la prórroga del uso de mascarillas en interiores cuando no puede guardarse la distancia mínima, admitiendo el uso restringido de comedores, etc porque tienen el mismo objetivo que tú: proteger a sus compañeros. Siempre te quedará la posibilidad de emitir una política interna decretando que es obligatoria, igual que otros EPIS como los zapatos de seguridad, las gafas, etc, siempre que sea razonable y proporcionado, y no discriminatorio.

¿Hacía falta? Lo dudo. Siendo benévolo lo achaco a la voluntad de copar titulares de prensa y dejar el marrón (permítaseme porque es muy expresivo) de la implantación a los otros; no quiero ni pensar en otras interpretaciones más torticeras acerca de por qué solo aparece en la exposición de motivos y no en el articulado. 

Personalmente espero que las siguientes olas – que las habrá – sean más suaves y que retornemos progresivamente a esa normalidad aspiracional tan idealizada; ese será el momento en que los “Servicios de Prevención” dictaminen que no es obligatoria y su uso quedará a la discreción de cada uno de nosotros. 

Mientras tanto, esperas que el pescatero siga llevando mascarilla, aunque tú no la lleves en su puesto, y que el camarero te atienda también con ella, de momento; lo cierto es que él se protege a sí mismo y a ti, o sea que olé por él, aunque sea poco confortable. Veremos cómo reaccionamos cuando decida prescindir de ella haciendo uso de su libertad, y cómo reacciona su empleador, porque no es lo mismo un servicio de cara al público que un turno en una empresa o un call center. No me resisto a regocijarme de esa ridícula situación que teníamos hasta hace cuatro días: íbamos por la calle sin mascarilla, nos la poníamos al llegar al restaurante y caminábamos muy dignos a nuestra mesa para quitárnosla inmediatamente con el íntimo orgullo de haber contribuido en esos diez metros a controlar la pandemia y salvar a nuestros congéneres, y entregarnos sin pausa a los caldos, las viandas y el aumento de decibelios inversamente proporcional al nivel de vino en la botella. Habrá más de estas, ya veréis. 

Y nos quedará espacio para ampliar el anecdotario cuando tratemos el tema de la vuelta total a la oficina y el impacto del teletrabajo. Hay muchas casuísticas; aspirar a volver a marzo del 2020 es una entelequia. Iba a desear una mayor regulación por parte de quién debe hacerlo, pero visto lo visto con las mascarillas casi mejor me tapo.