Skip to main content

Si eres de los que ves el vaso medio vacío te animo a que sigas leyendo por si te puedo dar un empujón positivista; si eres de los que lo ve medio lleno, también, porque el optimismo no es congénito, no viene de serie y necesitas reforzarlo para que no flaquee, y coincidiréis conmigo en que en estos momentos tan insospechadamente desconcertantes que estamos viviendo nos hace falta un chute de esperanza.

Posiblemente alguno de vosotros me tildará de superficial cuando soslayo la dura realidad por la que están pasando decenas de miles de familias que apenas han podido despedirse de sus seres queridos, o esos otros que están en los hospitales enfermos, con el ay en el cuerpo y solos, sobre todo solos. Curioso resaltar que en una sociedad tan gremial, tan de contacto como somos los latinos, la característica que más nos duele es la soledad de los ancianos en su casa, del soltero en su piso, del muerto en el tanatorio, del enfermo en el hospital, que está muy bien atendido pero nos reconcome saber que no podemos hacerle compañía.

Pues sí, es verdad que estamos en una pandemia, que por mucho que nos dijesen que era una gripecilla nos engañaron, que tampoco era cierto que estábamos preparados o que nuestro sistema sanitario podría con todo, y otra retahíla de medias verdades para tranquilizarnos en nuestro rol de votante-bebé. También sabemos que va a bajar el PIB (no saben si mucho o muchísimo, o muchismo, superlativo del superlativo en aragonés) y recordamos la relación directa que hay entre caída del PIB y desempleo. Y no es menos cierto que muchos autónomos no tienen músculo ni capacidad de respuesta y no pasarán el corte. Y que vamos a asumir que nuestro sistema educativo se devalúe un poco. Y que estemos llevando a muchos profesionales sanitarios al límite. Y así podríamos seguir llorando en el hombro de los demás que, solidariamente, llorarían recíprocamente en nuestro hombro hasta acabar todos exhaustos y hartos de proponer profecías que se auto-cumplirán porque estamos poniendo el caldo de cultivo para ello.

Pues no, no me resigno, y quiero romper una lanza por las buenas noticias, que las hay, y muchas.

¿Cuántas historias de recuperación hay por cada una triste? Ana, tan buena Directora de Recursos Humanos como excelente persona, publica en LinkedIn un post que nada tiene que ver con el uso profesional de esa red y que a mí, debe ser la edad, me ha emocionado. Os extraigo unas frases: “No soy de compartir mi vida personal, pero creo que esto que estamos viviendo nos afecta a todos, es tan colectivo y las noticias tan dramáticas que es necesario un mensaje de esperanza para todas aquellas personas que estén sufriendo por algún familiar, amigo y/o conocido que está afectado por este virus implacable.

Hoy hace 25 días que mi padre está en la UCI, sedado, con respirador… días de altibajos, remontadas y bajadas, como una montaña rusa. Una angustia constante, sin poder estar junto a él, sin acompañarlo, sin poder abrazarlo… Nadie sabe cómo ataca, cómo combatirlo, excepto que cada persona lo supera individualmente sin razón aparente… Pues hoy mi padre, 68 años, con marcapasos, hipertenso y diabético ¡se ha despertado! ¡Lo está superando!


[…] No tengo palabras para agradecer su entrega, compromiso, ayuda y cariño. Con mi padre y con su familia. ¡¡Gracias infinitas!! Hay esperanza, os la quería transmitir. Es pronto para cantar victoria, pero sin duda, las expectativas eran mucho más pesimistas que la noticia de hoy. Mientras hay vida, hay esperanza.” ¿Es para emocionarse o no? Y para celebrarlo y para agradecer que alguien comparta sus sentimientos sin pudor. Claro que si Ana, y todas las Anas: necesitamos compartir historias de superación porque si nos conformamos con ver en bucle la programación de todas las cadenas generalistas nos faltará cuerda para ahorcarnos.

¿Y qué me decís de esas llamadas grupales via Zoom o Skype o Whatsapp o lo que sea? Fíjate, hasta te estás dando cuenta de que ese cuñado al que no soportas en la cena de Nochebuena o en las vacaciones, pues resulta que no es tan bocachancla. Y has retomado el contacto y hablado con gente que llevaba tiempo en segundo plano, y habéis hecho propósitos de que eso no puede volver a pasar; dependerá de ti, obviamente, pero es un comienzo y es positivo.

Es posible que estemos todavía un tiempo confinados, y que luego se levante parcialmente, y que tarde en arrancar de nuevo la maquinaria. Es posible que estés afectado por un ERTE y no retomes tu actividad inmediatamente. ¿Y no es eso una oportunidad de hacer cosas que estén a tu alcance y que te quejabas de no hacer porque no tenías tiempo? Ya sé que hay una limitación de espacio y que tienes gente alrededor que no te permite disponer de todo tu tiempo, pero no me creo que no encuentres un ratillo para leer, hacer ese curso tan interesante (ya me habéis leído que hay muchas webs que ofrecen cursos de calidad, y gratuitos), escribir ese libro que tenías en la cabeza o practicar esas recetas de cocina tan modernas. Puedes hacer casi de todo, menos conseguir un rodillo de bici, o sea que no seas gandul, termina el repertorio de excusas y ponte las pilas que se te pasará el día más rápido.

¿Y no os parece que estamos siendo bastante solidarios? ¿Cuánta buena gente conocéis que se ha liado a hacer mascarillas con tutoriales de Youtube para distribuirlos y llevarlos a centros donde hacían falta? Quizás no sean perfectas y tengan un efecto más psicológico que real pero el gesto es igual de bueno, especialmente porque para muchos solo se trata de quedarse en casa, cerrarnos a cal y canto y proteger a nuestros polluelos. A mí esto me da esperanza. Vale que es una pandemia global y que todos podemos ser afectados, pero no es menos cierto que lo más sencillo es esperar que sea el Gobierno quien nos saque de este embrollo mientras yo veo el reality de turno que está apasionante. ¿Y cuantos voluntarios y asociaciones distribuyen comida o atienden a nuestros mayores? ¿No es un motivo para la esperanza?

¿Y no os parece que estamos siendo bastante cívicos también? Sí, ya sé que hay conciudadanos que llegaron tarde al reparto de cerebros pero no hagamos categoría de la excepción. Seguimos las recomendaciones, aceptamos recortes en nuestras libertades (nos hubiese parecido broma hace tres meses), nos preparamos para una arrancada suave sin abrazos, besos ni palmadas en la espalda, condenados a usar la mascarilla hasta que haya vacuna, etc pero lo damos por bueno y lo asumimos no solo con resignación sino con el punto de desafío que tienen esos objetivos ambiciosos que vamos a conseguir. Ahora pongo un punto agridulce: a ver si nos vamos a pasar de dóciles y aceptamos sin rechistar la instauración de carnets o registros individuales de estar sano (u otros similares que de momento son bulos y globos sonda) que nos hagan retroceder 80 años.

Leo que el Comité de Dirección de Sodexo ha donado sus bonos anuales para ayuda a empleados necesitados; no sé si es mucho o poco pero me parece bien que seamos generosos y altruistas, todos, cada uno en su nivel y con su capacidad porque no olvidemos que esta epidemia no infecta en función de la última declaración de la renta. Y tú me dirás que seguro que lo hacen para brillar en las redes sociales o que lo que pasaba es que iban a cobrar poco porque no han conseguido los objetivos o qué se yo; creo que nos conviene a todos dejar de ser un país de cuñados criticones y arrimar el hombro, y me da igual la cantidad que aporten porque es muchísimo más de lo que aportamos todos los que nos sentamos a criticar sin mover un dedo. Y es otro motivo de esperanza; elijo este ejemplo porque lo tengo fresco pero todos sabéis de muchas iniciativas de empresas, una gran parte de ellas no lo publicitan, para producir respiradores, o mascarillas, o geles, o comida para sanitarios, o transporte, o un largo etcétera. Parece que cuando las cosas se ponen serias nos olvidamos de tonterías y desprendemos solidaridad por cualquier poro.

¿Y qué me decís de vuestros hijos y de vosotros mismos en familia? ¿No está siendo una sorpresa lo maduros que se han vuelto? Te asustaba que a los cinco días se estuviesen sacando los ojos y tú discutiendo con tu pareja pero la realidad es muy distinta en la mayoría de los casos; sí, ya sé que esta situación acelerará algunos divorcios pero también salvará muchas relaciones porque nuevamente nos damos cuenta de lo que es importante. Eso sí, incluso los agnósticos más acérrimos están rezando para que no se caiga el wifi de casa; si ese es el caso, quizás tenga que reconstruir el artículo.


En el momento de escribir esto hay más de 20.000 familias con un drama personal, y las que desgraciadamente faltan; pero también hay cuatro veces más que están celebrando, cautelosamente, una recuperación, y una infinidad contagiados sin desarrollar síntomas graves y un número todavía mayor que quizás lo han pasado sin enterarse. Más allá de la frialdad de las cifras, o del rigor de las mismas (habría que hacer un número especial sobre el tema), nos queda un largo trecho para recuperar la vida anterior…¿o quizás debemos comenzar a pensar que nada será igual? Creo que cambiarán hábitos, que reconduciremos algunas actitudes pero en cuanto nos veamos fuera volveremos a prácticas cuñadistas (veremos por ejemplo dónde quedan los aplausos de las 8 cuando los sanitarios convoquen una huelga en defensa de sus derechos) o nos meteremos de nuevo en la rueda del hámster (¿cuántas veces habéis dicho en un entierro esa frase “¡J….! Esto no puede ser, vivimos una vez, tengo que cambiar de vida” y cuántas veces la has olvidado en dos días?). Han dado grandes pasos para la vacuna, es cuestión de meses, abrirán otra vez los bares, habrá fútbol y podremos ir en bici, y nos sabrá genial ese primer trago de cerveza fresca con los amigos, y todo eso nos debe poner en modo positivo, esperanzador. Le he robado a Diego Torres una estrofa de su canción que da título a este modesto artículo porque hay muchas cosas buenas, muchismas; ya nos ocuparemos de las otras más adelante, ahora nos dedicamos a salir de esta. ¡Cuidaros mucho!

Saber que se puede querer que se pueda
Quitarse los miedos sacarlos afuera
Pintarse la cara color esperanza