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Cuanto más nos esforzamos en predicar los beneficios de la pluralidad en los medios de comunicación para formar opinión, más razones encontramos para recurrir al periódico de referencia de cada uno o a la cadena de televisión o a la tertulia radiofónica, pues es bien sabido que los otros son tendenciosos y manipuladores, todos menos los míos. Pues bien, en esas estaba yo cuando escuché en una tertulia económica de una emisora integrada en Atresmedia un comentario que avivó mi interés: van a cumplirse 30 años de un libro que tuvo mucha repercusión en su momento – El fin del trabajo, de Jeremy Rifkin – y que merece revisar qué tal ha envejecido porque en su momento tuvo unas predicciones bastante apocalípticas.

Jeremy Rifkin es un economista y sociólogo estadounidense nacido en 1945 que se caracterizó por su afinidad con Clinton e incluso se reconoce su influencia en algunas de las políticas del presidente, y que alcanzó notoriedad por la publicación del libro El fin del trabajo en 1995. Aboga por la desaparición del trabajo tradicional como consecuencia del impacto de la tecnología, especialmente la automatización y la tecnología digital, en el empleo y en la economía; en un tono provocativo analizaba la transformación del empleo y proponía diversas ideas. He aquí algunos axiomas:

  • El uso de los avances tecnológicos y nuevos procesos productivos generaría un desempleo estructural en todo el planeta, no solo para empleos tradicionales sino también para los cualificados, incluyendo mandos intermedios y altos
  • Destrucción neta de empleos, especialmente los asalariados, y decadencia de lo que conocíamos como trabajo en aquel momento, con un deterioro progresivo de los salarios
  • Cambio a una economía basada en el acceso y no en la propiedad, con creciente uso compartido de recursos
  • Reducción de la jornada laboral para compartir empleo (y renta universal como corolario) por el incremento de productividad: menor jornada con el mismo salario provocaría un aumento permanente de la demanda
  • Globalización y deslocalización del empleo
  • La pérdida de empleo y de la calidad de los que sobrevivan provoca un crecimiento espectacular del crimen y la violencia
  • Dada la crisis de los sectores público y privado, aboga por un tercer sector, trabajadores independientes (gig se han llamado después) pero también organizaciones comunitarias y asociaciones sin ánimo de lucro

A estas alturas parece obvio que se ha equivocado en muchos de sus postulados, pero no en todos, y hay que reconocerle un espíritu crítico no habitual partiendo de un modelo capitalista; también es cierto que su profecía estaba más enfocada al mercado estadounidense y que, aunque previendo un avance tecnológico notable, se quedó lejos del desarrollo de ámbitos básicos hoy como internet o la inteligencia artificial. Este no es un punto menor puesto que su visión hubiese sido todavía más catastrofista.

Pero hay que reconocerle algunos méritos tales como la destrucción de empleo por la automatización (ha pasado en todas las revoluciones, con aumento de productividad pero con generación de nuevos empleos), la aparición de nuevos tipos de trabajos (sea temporal, por proyectos o freelances) o la reducción de la jornada, tema del cual en este país hemos oído hablar recientemente pero que oficialmente estamos en 40 horas semanales desde mucho antes de que yo perdiese el pelo, concretamente desde 1983, si bien todos hemos hecho lo necesario para que la transformación de esa jornada semanal en anual se haya ido reduciendo progresivamente.

Ha habido otros economistas que hicieron previsiones opuestas, especialmente en el impacto de la tecnología en el empleo, la aparición de nuevas habilidades y la mejora de la creatividad humana. Parafraseo a un profesor de IESE que me recordó un famoso aforismo que afirma que el economista predice el futuro para posteriormente explicar por qué no sucedió, y ahora me disculpo con aquellos que leáis esto y tengáis tan noble formación. Lo cierto es que cuando hay previsiones opuestas siempre hay uno que acierta, si bien lo complicado parece tener un índice de aciertos grande y eso tiene un problema añadido: no puedes hacer una previsión a 30 años y esperar a ver si se cumple para hacer la siguiente.

¿Vale la pena entonces hacer previsiones? Por supuesto, aunque algunas veces fallen. Leo en un artículo de D.Soriano de hace más de una década que Paul Krugman (luego premio Nobel) recomendó a Bush que la Reserva Federal crease una burbuja inmobiliaria en 2002 para acabar con la recesión, si bien eso no empaña otras investigaciones que le llevaron al gran galardón.

De la misma forma, junto a fiascos en la jornada de 40 horas, la desaparición de trabajos por la automatización o el colapso del trabajo humano por la inteligencia artificial ha habido otras previsiones que se han cumplido, total o parcialmente; algunos ejemplos son la globalización y deslocalización de empleos por los avances tecnológicos en comunicación y transporte (y reducción de barreras comerciales), el aumento de trabajadores independientes y el incremento de la flexibilidad laboral, el impacto de la robótica en las industrias productivas o el cambio de habilidades requeridas por el incremento de la digitalización.

Bueno, pues parece bastante evidente que estas previsiones han condicionado tus planes estratégicos y alguien las hizo hace unas décadas, y no precisamente me refiero a Nostradamus. Por tanto, mi respeto para Rifkin, aunque la realidad le haya pasado por encima treinta años después, para él y para todos los que han reflexionado y se han arriesgado a poner en blanco y negro ideas a veces alocadas que nos han hecho pensar a todos los que no tenemos tanta imaginación, pero somos capaces de seguir un sendero que alguien descubre entre la maleza. ¿No es tu caso? Es posible que denomines HR Business Partner a esa chica que antes se llamaba Recursos Humanos; ese concepto aparece en un libro de Dave Ulrich de hace casi 30 años, y el concepto sigue siendo válido. Pero te desafío a que hagas algo más: retoma su libro, HR Champions es el título, y lee el primer capítulo donde expone los desafíos a que están sometidas las empresas. Te sorprenderá y coincidirás conmigo en que fue un visionario; desde mi punto de vista ha sido uno de los autores que ha tenido más impacto en el modelo actual de gestión de personas.

Uno de los desafíos que vaticinaba, el séptimo concretamente, era “Atraer, retener y medir la competencia y el capital intelectual”, lo que hemos simplificado bajo el epígrafe Talento. Las empresas que se han ocupado de ello hace años tienen una ventaja competitiva con respecto a las que lo han hecho a remolque y sin un plan, y se han podido permitir el lujo de cometer errores y rectificar…o perseverar voluntariamente en el error. Me viene a la cabeza una conversación con mi amigo KD después un buen yantar en el que defendía que el siguiente escalón en la guerra por atraer talento ya no es tanto el proyecto o el futuro sino factores antes secundarios como el dónde o las condiciones laborales; la conversación giraba en torno a centros de recursos y la ventaja competitiva de ciudades como Lisboa, Valencia, Málaga o Barcelona frente a otras en los países del Este de Europa (¿cuántos hemos contribuido a ese movimiento?), de India o incluso de países de la Vieja Europa. En cualquier caso, asumo su opinión y hago extensiva esta reflexión a otros aspectos de la guerra por el talento… aunque ni de lejos sospechábamos que estábamos debatiendo sobre algo que un señor muy sesudo había apuntado hace tres décadas.

En fin, gloria a Rifkin en su error y mi agradecimiento por habernos hecho pensar y actuar. Y a todos los que nos han ayudado a configurar la realidad en que estamos hoy. Y a todos los que siguen pensando y proponiendo para que tú, por iniciativa propia o por consejo de tu CEO, sigas leyendo y contribuyendo a transformar las empresas, aunque más de la mitad de lo que leas no te sea útil en absoluto. Al fin y al cabo, seguro que Nostradamus fue un best-seller en su época. La profecía es un arte, no lo dudes.