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Hace unos días la curiosidad me hizo seguir un enlace de los que aparecen en uno de esos diarios deportivos de Internet que resultaron ser el periódico de cabecera de un expresidente de Gobierno; hago un inciso para admitir con rubor que los consultores que escribimos artículos no estamos todo el tiempo consultando Harvard Business Review y The Economist. El enlace rezaba algo así como “Calcula tu fecha de vacunación” y, después de rellenar muchos datos, me dieron la buena nueva de que tenía no sé cuántos millones delante y que la fecha estimada estaba entre julio de 2021 y enero del año próximo, un rango difícilmente aceptable en la empresa privada y bastante descorazonador teniendo en cuenta todo lo que leemos sobre producción de vacunas, complejidad logística, etc; leo en McKinsey que en Estados Unidos, con más vacunas disponibles, alcanzarán la inmunidad de rebaño en Octubre y que no se espera reactivación económica antes de final del segundo trimestre…que Dios nos pille confesados. El resumen de la calculadora es que soy población adulta sana, y me toca después de los grupos prioritarios y justo después de la población adulta sana que no pueda teletrabajar, es decir, que si tienes a tu plantilla no productiva trabajando en remoto cuenta que no les verás el pelo hasta que pase el verano como mínimo.

No cuestiono la estrategia general, y líbreme Dios de pedir que vacunen a unos antes que a otros; yo no podría trabajar en el triaje de los hospitales ni en un ministerio que tome este tipo de decisiones, pero sí que puedo cuestionar la gestión del ejecutivo y cómo pueden afectar sus decisiones al tejido económico. No sabemos cuántas vacunas recibimos ni el ritmo de vacunación o los recursos sanitarios disponibles, que como bien sabes depende de tu medio informativo de referencia; si la limitación son nuestros recursos sanitarios y la distribución logística ¿por qué no usamos todos los recursos disponibles? Y no me estoy refiriendo únicamente a la sanidad privada o a las mutuas (entidades colaboradoras con la Seguridad Social dice que son), sino a las propias empresas. 

¿Hay algún colectivo afectado por la crisis que esté más interesado que los empresarios en que esta pandemia termine cuanto antes? Quizás lo haya pero coincidiréis conmigo en que son un actor clave que ha demostrado iniciativa y empuje hasta ahora en la protección de la salud de los empleados: ¿Cuántos millones de euros se han gastado en mascarillas, limpiezas y desinfecciones extraordinarias, tests, etc? ¿Os acordáis de cuando había escasez de mascarillas y de repente muchas empresas comenzaron a distribuir una quirúrgica a cada empleado cada día? ¿Y cuántas empresas decretaron un test de antígenos obligatorio a cada empleado el 4 de enero?

Tú, mi lector crítico preferido, me dirás que no lo hacen por buenismo sino por interés para mantener su negocio. Y yo te doy la razón, y digo además que ese interés del empresario es simbiótico con el de sus empleados que mantendrán sus puestos de trabajo. Y no olvidemos que ese empresario tiene la mayor parte de su plantilla dentro de ese colectivo que se denomina población adulta sana, es decir, que estarán con un ¡ay! permanente en el cuerpo hasta final de año. Démosles la oportunidad de conseguir vacunas (adicionales, no abogo porque se las quiten a los sanitarios o a nuestros mayores) y permitamos a sus médicos y enfermeras que las administren, que están capacitados y deseando hacerlo, 

No estoy abogando por un sistema tipo salvaje oeste y vender vacunas al mejor postor – aunque parece que alguna farma va por ese camino – sino por un sistema que optimice todos los recursos disponibles de las empresas, que los pondrán gustosas al servicio del bien común si eso les garantiza un acceso más rápido a las vacunas para sus empleados y una normalización más rápida de la actividad económica, del consumo, de la vida que conocíamos y ahora añoramos.

Estoy seguro de que hay algo que se me escapa, no puede ser tan obvio. Y no creo que la razón sea el control de la vacuna porque, una vez vacunados todos esos alcaldes gorrones, y los políticos y miembros de la Curia y el Ejército que son indispensables, el resto de nosotros esperaremos nuestro turno: el dilema radica en hacerlo en una única cola lenta o intentar abrir varios carriles. Señores del Gobierno, déjense ayudar sin ataques de orgullo: está en juego la salud de todos y el avance de la recuperación.